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Cuando los oídos me oían, me llamaban: “¡Dichoso!”. Cuando los ojos me veían, daban testimonio en mi favor.
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Porque yo libraba al pobre que clamaba y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
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La bendición del moribundo caía sobre mí, y yo daba alegría al corazón de la viuda.
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