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Cuando los oídos me oían, me llamaban: “¡Dichoso!”. Cuando los ojos me veían, daban testimonio en mi favor.
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Porque yo libraba al pobre que clamaba y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
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La bendición del moribundo caía sobre mí, y yo daba alegría al corazón de la viuda.
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Yo me vestía de rectitud, y ella me vestía a mí; como manto y turbante era mi justicia.
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»Yo era ojos para el ciego y pies para el cojo.
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Era un padre para los necesitados, e investigaba la causa que no conocía.
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Yo rompía las quijadas del inicuo, y de sus dientes arrancaba la presa.
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»Yo me decía: “En mi nido expiraré, y multiplicaré mis días como la arena”.
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