-
»Entonces yo iba al tribunal de la ciudad y alistaba mi asiento en la plaza.
-
Los jóvenes me veían y se hacían a un lado; los ancianos se levantaban y permanecían de pie.
-
Los magistrados detenían sus palabras y ponían la mano sobre su boca.
-
La voz de los nobles se apagaba y su lengua se pegaba a su paladar.
-
Cuando los oídos me oían, me llamaban: “¡Dichoso!”. Cuando los ojos me veían, daban testimonio en mi favor.
-
Porque yo libraba al pobre que clamaba y al huérfano que no tenía quien le ayudara.
-
La bendición del moribundo caía sobre mí, y yo daba alegría al corazón de la viuda.
-
Yo me vestía de rectitud, y ella me vestía a mí; como manto y turbante era mi justicia.
-
»Yo era ojos para el ciego y pies para el cojo.
-
Era un padre para los necesitados, e investigaba la causa que no conocía.
-
Yo rompía las quijadas del inicuo, y de sus dientes arrancaba la presa.
-
»Yo me decía: “En mi nido expiraré, y multiplicaré mis días como la arena”.
Continúa después de la publicidad