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— Perezca el día en que nací y la noche en que se dijo: “¡Un varón ha sido concebido!”.
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Sea aquel día tinieblas. Dios no pregunte por él desde arriba ni resplandezca la claridad sobre él.
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Reclámenlo para sí las tinieblas y la densa oscuridad; repose sobre él una nube, y cáusele terror el oscurecimiento del día.
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Apodérese de aquella noche la oscuridad. No sea contada junto con los días del año ni aparezca en el cómputo de los meses.
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¡He aquí, sea aquella noche estéril; no penetren en ella los gritos de júbilo!
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Maldíganla los que maldicen el día, los que se aprestan a instigar al Leviatán.
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Oscurézcanse sus estrellas matutinas. Espere la luz, pero no le llegue ni vea los destellos de la aurora;
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porque no cerró las puertas de la matriz, para esconder de mis ojos el sufrimiento.
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»¿Por qué no morí en las entrañas, o expiré al salir del vientre?
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¿Por qué me recibieron las rodillas? ¿Para qué los pechos que mamé?
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Pues ahora yacería y estaría en quietud. Dormiría y tendría reposo
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junto con los reyes y los consejeros de la tierra que reedificaron ruinas para sí;
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o con los príncipes que poseían el oro y que llenaban de plata sus casas.
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¡Oh! ¿Por qué no fui escondido como un abortivo, como las criaturas que nunca vieron la luz?
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Allí los impíos dejan de perturbar; allí descansan los de agotadas fuerzas.
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Los prisioneros están juntos en descanso y no escuchan la voz del capataz.
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Tanto el pequeño como el grande están allí; y el esclavo ya libre de su amo.
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»¿Para qué darle luz al que sufre, y vida a los de alma amargada;
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a los que esperan la muerte, y no llega aunque la busquen más que a tesoros enterrados;
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a los que se alegran ante el gozo y se regocijan cuando hallan el sepulcro;
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al hombre cuyo camino está escondido, y a quien Dios ha cercado?
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Porque antes de mi pan viene mi suspiro, y mis gemidos corren como el agua.
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El miedo que presentía me ha sobrevenido; lo que me daba terror me ha acontecido.
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No tengo tranquilidad; no tengo quietud; no tengo sosiego; más bien, me invade la desesperación.