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»Si puse al oro como objeto de mi confianza, y al oro fino dije: “Tú eres mi seguridad”,
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si me he alegrado porque era grande mi riqueza o porque mi mano haya logrado tanto,
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si he mirado al sol cuando resplandece y a la luna desplazándose en su esplendor,
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si en secreto fue seducido mi corazón y mi boca les envió un beso con la mano,
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esto también habría sido un delito digno de castigo; porque habría negado al Dios de lo alto.
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»¿Acaso me he alegrado por el infortunio del que me aborrece, o me regocijé cuando le alcanzó el mal?
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Yo no he entregado mi boca al pecado pidiendo su vida con imprecación.
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¿Acaso los hombres de mi morada no decían: “No se podrá hallar a alguien que no se haya saciado con su carne”?
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El forastero no pasaba la noche en la calle pues yo abría mis puertas al caminante.
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¿Acaso cual Adán he encubierto mis transgresiones escondiendo en mi seno mi iniquidad?
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Pues estaba alarmado de la gran multitud y me atemorizaba el desprecio de las familias, de modo que callé y no salí a mi puerta…
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