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»¿Acaso me he alegrado por el infortunio del que me aborrece, o me regocijé cuando le alcanzó el mal?
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Yo no he entregado mi boca al pecado pidiendo su vida con imprecación.
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¿Acaso los hombres de mi morada no decían: “No se podrá hallar a alguien que no se haya saciado con su carne”?
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