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»También por esto tiembla mi corazón y salta fuera de su lugar.
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Oigan atentamente el estruendo de su voz, el retumbo que sale de su boca.
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Debajo de todos los cielos lo desencadena y su relámpago cubre los confines de la tierra.
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Después de él ruge el trueno; truena con su majestuosa voz. Cuando se oye su sonido, él no lo detiene.
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Dios truena maravillosamente con su voz; hace grandes cosas que no las podemos comprender.
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Pues a la nieve dice: “¡Desciende a la tierra!”; y a la lluvia y al aguacero: “¡Sean impetuosos, oh lluvia y aguaceros!”.
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»Pone su sello en la mano de todo hombre, para que todos los hombres reconozcan la obra suya.
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La fiera entra en su escondrijo permanece en su guarida.
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El huracán viene de su cámara; y el frío, de los vientos del norte.
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Por el soplo de Dios se forma el hielo, y se solidifica la extensión de las aguas.
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Él también recarga las nubes de humedad, y la nube dispersa sus relámpagos.
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Por su designio las hace girar alrededor para que realicen todo lo que les ordene sobre la faz de su mundo habitado.
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Unas veces como azote, otras veces por causa de su tierra y otras veces por misericordia, él las hace aparecer.
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»Presta atención a esto, oh Job; detente y reflexiona en las obras maravillosas de Dios.
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¿Sabes tú cómo las pone Dios y hace aparecer su nube luminosa?
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¿Sabes tú cómo flotan las nubes, las maravillas de aquel que es perfecto en conocimiento?
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Tú, cuyas ropas quedan calientes cuando la tierra es silenciada a causa del viento del sur,
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¿has extendido con él la bóveda celeste, firme cual espejo de metal laminado?
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Muéstranos qué le hemos de decir pues no podemos organizar nuestras ideas a causa de las tinieblas.
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¿Habrá que informarle que yo he de hablar? ¿Se le ha de referir lo que diga el hombre?
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»Y ahora, nadie puede mirar el sol que resplandece entre las nubes, cuando pasa el viento y las despeja.
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Del norte viene un dorado esplendor; alrededor de Dios hay una temible majestad.
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El Todopoderoso, a quien no podemos alcanzar, es sublime en poder y en justicia. Es grande en rectitud; no oprime.
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Por tanto, le temen los hombres. Él no mira a ninguno de los que se creen sabios.