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»¿Conoces tú el tiempo en que paren las cabras monteses? ¿Has observado el parto de las gacelas?
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¿Has contado los meses que cumplen? ¿Conoces el tiempo cuando han de parir?
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Se encorvan, expulsan sus crías y luego se libran de sus dolores.
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Sus hijos se fortalecen y crecen en campo abierto; luego se van y no vuelven más a ellas.
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»¿Quién dejó libre al asno montés? ¿Quién soltó las ataduras del onagro?
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Yo puse el Arabá como su casa, y las tierras saladas como su morada.
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Se burla del bullicio de la ciudad; no escucha los gritos del arriero.
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Explora los montes tras su pasto, y busca todo lo que es verde.
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»¿Consentirá en servirte el toro salvaje y pasar la noche junto a tu pesebre?
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¿Atarás al toro salvaje con coyundas para el surco? ¿Rastrillará los valles tras de ti?
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¿Confiarás en él por ser grande su fuerza y descargarás sobre él el peso de tu labor?
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¿Crees que él ha de regresar para recoger el grano de tu era?
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»Se agitan alegremente las alas del avestruz; ¿pero acaso sus alas y su plumaje son los de la cigüeña?
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Porque ella abandona sus huevos en la tierra, y sobre el polvo los deja calentarse.
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Y se olvida de que un pie los puede aplastar o que los animales del campo los pueden pisotear.
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Trata con dureza a sus hijos, como si no fueran suyos, sin temor de que su trabajo haya sido en vano.
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Es que Dios le hizo olvidar la sabiduría y no le repartió inteligencia.
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Pero cuando levanta las alas para correr se ríe del caballo y del jinete.