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»Se agitan alegremente las alas del avestruz; ¿pero acaso sus alas y su plumaje son los de la cigüeña?
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Porque ella abandona sus huevos en la tierra, y sobre el polvo los deja calentarse.
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Y se olvida de que un pie los puede aplastar o que los animales del campo los pueden pisotear.
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Trata con dureza a sus hijos, como si no fueran suyos, sin temor de que su trabajo haya sido en vano.
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Es que Dios le hizo olvidar la sabiduría y no le repartió inteligencia.
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