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¿Quién podrá levantar la superficie de su vestidura? ¿Quién se acercará a él con su doble coraza?
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¿Quién abrirá sus fauces? Hay terror alrededor de sus dientes.
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Su espalda está recubierta de hileras de escamas herméticamente unidas entre sí.
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La una se junta con la otra de modo que ni el aire puede pasar entre ellas.
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Pegadas están unas con otras; están trabadas entre sí y no se podrán separar.
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Sus estornudos lanzan destellos de luz; sus ojos son como los párpados del alba.
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De su boca salen llamaradas; escapan chispas de fuego.
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De sus narices sale humo, como de olla que hierve al fuego.
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Su aliento enciende los carbones, y de su boca salen llamaradas.
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Su poderío reside en su cuello; ante su presencia surge el desaliento.
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Los pliegues de su carne son apretados; son sólidos e inamovibles.
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Su corazón es sólido como una roca, sólido como la piedra inferior de un molino.
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Cuando él se levanta los poderosos sienten pavor y retroceden ante el quebrantamiento.
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La espada que lo alcanza no lo afecta; tampoco la lanza ni el dardo ni la jabalina.
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Al hierro estima como paja, y a la madera como a la corrosión del cobre.
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Las flechas no le hacen huir; las piedras de la honda le son como rastrojo.
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Al garrote considera hojarasca; se ríe del blandir de la jabalina.
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Por debajo tiene escamas puntiagudas; deja huellas como un trillo sobre el lodo.