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»¡Clama, pues! ¿Habrá quien te responda? ¿A cuál de los santos acudirás?
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Porque la angustia mata al necio, y el apasionamiento hace morir al ingenuo.
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Yo he visto al necio que echaba raíces y al instante maldije su morada.
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Sus hijos están lejos de toda salvación; en la puerta de la ciudad serán aplastados y no habrá quien los libre.
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Lo que ellos cosechen lo comerá el hambriento, y aun de las espinas lo tomará. Y los sedientos absorberán sus riquezas.
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Ciertamente la aflicción no sale del polvo ni el sufrimiento brota de la tierra.
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Pero el hombre nace para el sufrimiento, así como las chispas vuelan hacia arriba.
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»Pero yo, en cambio, apelaría a Dios; a la Divinidad confiaría mi causa.
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Él hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas que no se pueden enumerar.
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Él da la lluvia sobre la faz de la tierra y envía las aguas sobre la faz de los campos.
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Él pone en alto a los humillados, y los enlutados logran gran liberación.
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Él frustra los planes de los astutos, para que sus manos no logren su propósito.
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Él atrapa a los sabios en sus argucias, y el designio de los sagaces es trastornado.
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De día se encuentran con las tinieblas, y a mediodía andan a tientas como de noche.
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Él libra al desolado de la boca de ellos, y al pobre de la mano del fuerte.
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Así habrá esperanza para el necesitado, y la perversidad cerrará su boca.
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»¡He aquí, bienaventurado es el hombre a quien Dios disciplina! No menosprecies la corrección del Todopoderoso.