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— ¡Oh, si pudieran pesar mi angustia y pusiesen juntamente mi ruina en la balanza!
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Ciertamente ahora pesarían más que la arena de los mares. Por eso mis palabras han sido precipitadas;
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porque las flechas del Todopoderoso están en mí, y mi espíritu bebe su veneno. Me combaten los terrores de parte de Dios.
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»¿Acaso rebuzna el asno montés junto a la hierba? ¿Acaso muge el buey junto a su forraje?
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¿Se comerá lo insípido sin sal? ¿Habrá gusto en la savia de la malva?
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Mi alma rehusaba tocarlos, pero ellos son mi repugnante comida.
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¡Quién hiciera que se cumpliese mi petición, y que Dios me concediese mi anhelo;
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que Dios se dignara aplastarme; que descargara su mano y acabara conmigo!
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Aun esto sería mi consuelo, y saltaría de gozo en medio de mi dolor sin tregua: el que no he negado las palabras del Santo.
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»¿Qué fuerza tengo para seguir esperando? ¿Qué meta tengo para alargar mi vida?
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¿Acaso mi fortaleza es como la fuerza de las piedras? ¿Acaso mi cuerpo es de bronce?
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Ciertamente no tengo ayuda en mí mismo, y los recursos han sido alejados de mí.
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»Un desesperado debe contar con la lealtad de su amigo aunque abandone el temor del Todopoderoso.
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Pero mis hermanos me han decepcionado como un torrente; han pasado como la corriente de los arroyos,
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que son turbios por causa del deshielo y en ellos desaparece la nieve.
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En el tiempo del calor son silenciados, y al calentarse desaparecen de su lugar.
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Las caravanas se apartan de su ruta; desaparecen en el vacío y perecen.