Explicación, estudio y comentario bíblico de Juan 20:2-43 verso por verso
Entonces corrió y fue a Simón Pedro y al otro discípulo a quien amaba Jesús, y les dijo: — Han sacado al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo han puesto.
Salieron, pues, Pedro y el otro discípulo e iban al sepulcro.
Y los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó primero al sepulcro.
Y cuando se inclinó, vio que los lienzos habían quedado allí; sin embargo, no entró.
Entonces llegó Simón Pedro siguiéndolo y entró en el sepulcro. Y vio los lienzos que habían quedado,
y el sudario que había estado sobre su cabeza no puesto con los lienzos sino doblado en un lugar aparte.
Entonces entró también el otro discípulo que había llegado primero al sepulcro, y vio y creyó.
Pues aún no entendían la Escritura, que le era necesario resucitar de entre los muertos.
Entonces los discípulos volvieron a los suyos.
Pero María Magdalena estaba llorando fuera del sepulcro. Mientras lloraba, se inclinó hacia dentro del sepulcro
y vio a dos ángeles con vestiduras blancas que estaban sentados, el uno a la cabecera y el otro a los pies donde había sido puesto el cuerpo de Jesús.
Y ellos le dijeron: — Mujer, ¿por qué lloras? Les dijo: — Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto.
Habiendo dicho esto, se volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie; pero no se daba cuenta de que era Jesús.
Jesús le dijo: — Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando que él era el jardinero, le dijo: — Señor, si tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo lo llevaré.
Jesús le dijo: — María… Volviéndose ella, le dijo en hebreo: — ¡Raboni! (que quiere decir Maestro).
Jesús le dijo: — Suéltame porque aún no he subido al Padre. Pero ve a mis hermanos y diles: “Yo subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes”.
María Magdalena fue a dar las noticias a los discípulos: — ¡He visto al Señor! También les contó que él le había dicho estas cosas.
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, y estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos se reunían por miedo a los judíos, Jesús entró, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡Paz a ustedes!”.
Habiendo dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se regocijaron cuando vieron al Señor.
Entonces Jesús les dijo otra vez: “¡Paz a ustedes! Como me ha enviado el Padre, así también yo los envío a ustedes”.
Habiendo dicho esto, sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo.
A los que remitan los pecados, les han sido remitidos; y a quienes se los retengan, les han sido retenidos”.
Pero Tomás, llamado Dídimo, uno de los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús.
Entonces los otros discípulos le decían: — ¡Hemos visto al Señor! Pero él les dijo: — Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi dedo en la marca de los clavos y si no meto mi mano en su costado, no creeré jamás.
Ocho días después, sus discípulos estaban adentro otra vez y Tomás estaba con ellos. Y aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró, se puso en medio y dijo: — ¡Paz a ustedes!
Luego dijo a Tomás: — Pon tu dedo aquí y mira mis manos, pon acá tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: — ¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo: — ¿Porque me has visto, has creído?. ¡Bienaventurados los que no ven y creen!
Por cierto, Jesús hizo muchas otras señales en presencia de sus discípulos las cuales no están escritas en este libro.
Pero estas cosas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre.