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“Vinieron los reyes y combatieron; entonces combatieron los reyes de Canaán en Taanac, junto a las aguas de Meguido, ¡pero no se llevaron botín de plata!
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“Desde los cielos combatieron las estrellas; desde sus órbitas combatieron contra Sísara.
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El torrente de Quisón los arrastró, el antiguo torrente, el torrente de Quisón. ¡Marcha, oh alma mía, con poder!
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Entonces resonaron los cascos de los caballos, por el continuo galope de sus corceles.
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“‘¡Maldigan a Meroz!’, dijo el ángel del SEÑOR. ‘Maldigan severamente a sus moradores porque no vinieron en ayuda del SEÑOR, en ayuda del SEÑOR con los valientes’.
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“¡Bendita entre las mujeres sea Jael, mujer de Heber el queneo. Sea bendita entre las mujeres que habitan en tiendas.
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Él pidió agua, y ella le dio leche; en taza de nobles le sirvió nata.
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Con su mano tomó la estaca, y con su derecha el mazo de obrero. Golpeó a Sísara, machacó su cabeza, perforó y atravesó su sien.
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A los pies de ella se encorvó y cayó; quedó tendido. A los pies de ella se encorvó y cayó. Donde se encorvó, allí cayó extenuado.
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“La madre de Sísara se asoma a la ventana, y mirando por la celosía dice a gritos: ‘¿Por qué tarda su carro en venir? ¿Por qué se detienen las ruedas de sus carros?’.
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Las más sabias de sus damas le responden, y ella se repite a sí misma las palabras:
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‘¿No habrán capturado botín? ¿No lo estarán repartiendo? Para cada hombre una joven o dos; un botín de ropas de colores para Sísara; un botín de bordados de colores, bordados por ambos lados, para mi cuello… ¡Qué botín!’.
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“¡Perezcan así todos tus enemigos, oh SEÑOR! Pero los que te aman sean como el sol cuando se levanta en su poderío”. Y la tierra reposó durante cuarenta años.