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Pensé: “Ha perecido mi fortaleza y mi esperanza en el SEÑOR”.
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Acuérdate de mi aflicción y de mi desamparo, del ajenjo y de la amargura.
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Lo recordará, ciertamente, mi alma y será abatida dentro de mí.
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Esto haré volver a mi corazón, por lo cual tendré esperanza.
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Por la bondad del SEÑOR es que no somos consumidos, porque nunca decaen sus misericordias.
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Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
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“El SEÑOR es mi porción”, ha dicho mi alma; “por eso, en él esperaré”.
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Bueno es el SEÑOR para los que en él esperan, para el alma que lo busca.
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