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“Invoqué tu nombre, oh SEÑOR, desde la profunda cisterna.
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Mi voz has oído: ‘¡No escondas tu oído cuando clamo por alivio!’.
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Tú te has acercado el día en que te invoqué, y dijiste: ‘¡No temas!’.
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“Tú has abogado, oh SEÑOR, por la causa de mi alma; has redimido mi vida.
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Tú has visto, oh SEÑOR, mi opresión; defiende mi causa.
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Tú has visto toda la venganza de ellos, todos sus planes contra mí.
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“Tú has oído, oh SEÑOR, la afrenta de ellos, todas sus maquinaciones contra mí,
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los dichos de los que se levantan contra mí y sus diarias murmuraciones.
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Su sentarse y su levantarse observa; yo soy el objeto de su copla.
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“Dales, oh SEÑOR, su retribución según la obra de sus manos.
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Dales endurecimiento de corazón; venga sobre ellos tu maldición.
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Persíguelos, oh SEÑOR, en tu furor y destrúyelos debajo de tus cielos”.