Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 18:2-42 verso por verso
Les dijo: “En cierta ciudad había un juez que ni temía a Dios ni respetaba al hombre.
Había también en aquella ciudad una viuda la cual venía a él diciendo: ‘Hazme justicia contra mi adversario’.
Él no quiso por algún tiempo pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque ni temo a Dios ni respeto al hombre,
le haré justicia a esta viuda porque no me deja de molestar; para que no venga continuamente a cansarme’”.
Entonces dijo el Señor: “Oigan lo que dice el juez injusto.
¿Y Dios no hará justicia a sus escogidos que claman a él de día y de noche? ¿Les hará esperar?
Les digo que los defenderá pronto. Sin embargo, cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?”.
Dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como que eran justos y menospreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo, y el otro, publicano.
El fariseo, de pie, oraba consigo mismo de esta manera: ‘Dios, te doy gracias que no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni aun como este publicano.
Ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que poseo’.
Pero el publicano, de pie a cierta distancia, no quería ni alzar los ojos al cielo sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘Dios, sé propicio a mí, que soy pecador’.
Les digo que este descendió a casa justificado en lugar del primero. Porque cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
También le presentaban los niños pequeños para que los tocara. Y los discípulos, al ver esto, les reprendían.
Pero Jesús los llamó diciendo: “Dejen a los niños venir a mí y no les impidan porque de los tales es el reino de Dios.
De cierto les digo que cualquiera que no reciba el reino de Dios como un niño, jamás entrará en él”.
Le preguntó cierto hombre principal, diciendo: — Maestro bueno, ¿qué haré para obtener la vida eterna?
Y Jesús le dijo: — ¿Por qué me llamas “bueno”? Ninguno es bueno sino solo uno, Dios.
Tú conoces los mandamientos: No cometas adulterio, no cometas homicidio, no robes, no digas falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre.
Entonces él le dijo: — Todo esto lo he guardado desde mi juventud.
Jesús, al oírlo, le dijo: — Aún te falta una cosa: Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme.
Entonces él, al oír estas cosas, se entristeció mucho porque era muy rico.
Jesús, al ver que se había entristecido mucho, dijo: — ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!
Porque más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios.
Los que oyeron esto dijeron: — ¿Y quién podrá ser salvo?
Él les dijo: — Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios.
Entonces Pedro dijo: — He aquí, nosotros hemos dejado lo nuestro y te hemos seguido.
Y él les dijo: — De cierto les digo que no hay nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por causa del reino de Dios,
que no haya de recibir muchísimo más en este tiempo, y en la edad venidera la vida eterna.
Jesús, tomando a los doce, les dijo: — He aquí subimos a Jerusalén, y se cumplirán todas las cosas que fueron escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre.
Porque será entregado a los gentiles, y será escarnecido, injuriado y escupido.
Después que lo hayan azotado, lo matarán; pero al tercer día resucitará.
Sin embargo, ellos no entendían nada de esto. Esta palabra les estaba encubierta, y no entendían lo que se les decía.
Aconteció, al acercarse Jesús a Jericó, que un ciego estaba sentado junto al camino mendigando.
Este, como oyó pasar a la multitud, preguntó qué era aquello.
Y le dijeron que pasaba Jesús de Nazaret.
Entonces él gritó diciendo: — ¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!
Los que iban delante lo reprendían para que se callara pero él clamaba con mayor insistencia: — ¡Hijo de David, ten misericordia de mí!
Entonces Jesús se detuvo, mandó que se lo trajeran y, cuando llegó, le preguntó
diciendo: — ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: — Señor, que yo recobre la vista.
Jesús le dijo: — Recobra la vista; tu fe te ha salvado.