Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 2:25-40 verso por verso
He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él.
A él le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, entró en el templo; y cuando los padres trajeron al niño Jesús para hacer con él conforme a la costumbre de la ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
— Ahora, Soberano Señor, despide a tu siervo en paz conforme a tu palabra;
porque mis ojos han visto tu salvación
que has preparado en presencia de todos los pueblos:
luz para revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre se maravillaban de las cosas que se decían de él.
Y Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: — He aquí, este es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha,
para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y una espada traspasará tu misma alma.
También estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su matrimonio
y había quedado como viuda hasta ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones de noche y de día.
En la misma hora acudió al templo, y daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
Cuando cumplieron con todos los requisitos de la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.