Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 2:8-42 verso por verso
Había pastores en aquella región que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño.
Y un ángel del Señor se presentó ante ellos y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y temieron con gran temor.
Pero el ángel les dijo: — No teman, porque he aquí les doy buenas noticias de gran gozo que serán para todo el pueblo:
que hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor.
Y esto les servirá de señal: Hallarán al niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
De repente, apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían:
— ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres de buena voluntad!
Aconteció que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo los pastores se decían unos a otros: — Pasemos ahora mismo hasta Belén y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha dado a conocer.
Fueron de prisa y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre.
Al verle, dieron a conocer lo que les había sido dicho acerca de este niño.
Todos los que oyeron se maravillaron de lo que los pastores les dijeron;
pero María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón.
Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, tal como les había sido dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, llamaron su nombre Jesús, nombre que le fue puesto por el ángel antes que él fuera concebido en el vientre.
Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor
(así como está escrito en la ley del Señor: Todo varón que abre la matriz será llamado santo al Señor)
y para dar la ofrenda conforme a lo dicho en la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones de paloma.
He aquí, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre era justo y piadoso; esperaba la consolación de Israel y el Espíritu Santo estaba sobre él.
A él le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes que viera al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, entró en el templo; y cuando los padres trajeron al niño Jesús para hacer con él conforme a la costumbre de la ley,
Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
— Ahora, Soberano Señor, despide a tu siervo en paz conforme a tu palabra;
porque mis ojos han visto tu salvación
que has preparado en presencia de todos los pueblos:
luz para revelación de las naciones y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre se maravillaban de las cosas que se decían de él.
Y Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: — He aquí, este es puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha,
para que sean descubiertos los pensamientos de muchos corazones. Y una espada traspasará tu misma alma.
También estaba allí la profetisa Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su matrimonio
y había quedado como viuda hasta ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones de noche y de día.
En la misma hora acudió al templo, y daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.
Cuando cumplieron con todos los requisitos de la ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
El niño crecía y se fortalecía, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.
Iban sus padres todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Cuando cumplió doce años, subieron ellos a Jerusalén conforme a la costumbre de la fiesta.