Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 23:8-42 verso por verso
Herodes, viendo a Jesús, se alegró mucho porque hacía mucho tiempo que deseaba verle, pues había oído muchas cosas de él y tenía esperanzas de que lo vería hacer algún milagro.
Herodes le preguntaba con muchas palabras, pero Jesús no le respondió nada.
Estaban allí los principales sacerdotes y los escribas, acusándolo con vehemencia.
Pero Herodes y su corte, después de menospreciarlo y burlarse de él, lo vistieron con ropa espléndida. Y volvió a enviarlo a Pilato.
Aquel mismo día se hicieron amigos Pilato y Herodes porque antes habían estado enemistados.
Entonces Pilato convocó a los principales sacerdotes, a los magistrados y al pueblo,
y les dijo: — Me han presentado a este como persona que desvía al pueblo. He aquí, yo lo he interrogado delante de ustedes y no he hallado ningún delito en este hombre de todo aquello que lo acusan.
Tampoco Herodes, porque él nos lo remitió; y he aquí no ha hecho ninguna cosa digna de muerte.
Así que lo soltaré después de castigarle.
Pero toda la multitud dio voces a una, diciendo: — ¡Fuera con este! ¡Suéltanos a Barrabás!
Este había sido echado en la cárcel por sedición en la ciudad y por un homicidio.
Entonces Pilato les habló otra vez queriendo soltar a Jesús.
Pero ellos volvieron a dar voces, diciendo: — ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!
Él les dijo por tercera vez: — ¿Pues qué mal ha hecho este? Ningún delito de muerte he hallado en él. Lo castigaré entonces, y lo soltaré.
Pero ellos insistían a grandes voces pidiendo que fuera crucificado. Y sus voces prevalecieron.
Entonces Pilato juzgó que se hiciera lo que ellos pedían.
Les soltó a aquel que había sido echado en la cárcel por sedición y homicidio, a quien ellos habían pedido, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos.
Y ellos, al llevarle, tomaron a un tal Simón de Cirene, que venía del campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras Jesús.
Lo seguía una gran multitud del pueblo y de mujeres, las cuales lloraban y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: — Hijas de Jerusalén, no lloren por mí sino lloren por ustedes mismas y por sus hijos.
Porque he aquí vendrán días en que dirán: “Bienaventuradas las estériles, los vientres que no concibieron y los pechos que no criaron”.
Entonces comenzarán a decir a las montañas: “¡Caigan sobre nosotros!” y a los montes: “¡Cúbrannos!”.
Porque si con el árbol verde hacen estas cosas, ¿qué se hará con el seco?
Llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para ser ejecutados con él.
Cuando llegaron al lugar que se llama de la Calavera, lo crucificaron allí, y a los malhechores: el uno a la derecha y el otro a la izquierda.
Y Jesús decía: — Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo sus vestidos, echaron suertes.
El pueblo estaba de pie mirando, y aun los gobernantes se burlaban de él diciendo: — A otros salvó. Sálvese a sí mismo, si es el Cristo, el escogido de Dios.
También los soldados lo escarnecían, acercándose, ofreciéndole vinagre
y diciéndole: — Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Había también sobre él un título escrito que decía: ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.
Uno de los malhechores que estaban colgados lo injuriaba diciendo: — ¿No eres tú el Cristo?. ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
Respondiendo el otro, lo reprendió diciendo: — ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
Nosotros, a la verdad, padecemos con razón porque estamos recibiendo lo que merecieron nuestros hechos pero este no hizo ningún mal.
Y le dijo: — Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.