Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 4:9-42 verso por verso
Y lo llevó a Jerusalén y lo puso de pie sobre el pináculo del templo, y le dijo: — Si eres Hijo de Dios échate de aquí abajo.
Porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti para que te guarden,
y en sus manos te llevarán, de modo que nunca tropieces con tu pie en piedra.
Respondiendo Jesús, le dijo: — Dicho está: No pondrás a prueba al Señor tu Dios.
Cuando el diablo acabó toda tentación, se apartó de él por algún tiempo.
Entonces Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y su fama se difundió por toda la tierra de alrededor.
Él enseñaba en las sinagogas de ellos y era glorificado por todos.
Fue a Nazaret, donde se había criado y, conforme a su costumbre, el día sábado entró en la sinagoga y se levantó para leer.
Se le entregó el rollo del profeta Isaías; y cuando abrió el rollo encontró el lugar donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos
y para proclamar el año agradable del Señor.
Después de enrollar el libro y devolverlo al ayudante, se sentó. Y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.
Entonces comenzó a decirles: — Hoy se ha cumplido esta Escritura en los oídos de ustedes.
Todos daban testimonio de él y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: — ¿No es este el hijo de José?
Entonces él les dijo: — Sin duda, me dirán este refrán: “Médico, sánate a ti mismo. Hemos oído que sucedieron tantas cosas en Capernaúm; haz lo mismo también aquí en tu tierra”.
Y añadió: — De cierto les digo, que ningún profeta es aceptado en su tierra.
Pero en verdad les digo que había muchas viudas en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses y hubo una gran hambre en toda la tierra,
pero a ninguna de ellas fue enviado Elías sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue sanado sino el sirio Naamán.
Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira,
y se levantaron y lo echaron fuera de la ciudad. Luego lo llevaron hasta un precipicio del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle.
Pero él pasó por en medio de ellos y se fue.
Entonces descendió a Capernaúm, ciudad de Galilea, y les enseñaba los sábados.
Y se asombraban de su enseñanza porque su palabra era con autoridad.
Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu de demonio inmundo, y él exclamó a gran voz:
— ¡Ah! ¿Qué tienes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido para destruirnos? Yo sé quién eres: ¡el Santo de Dios!
Jesús le reprendió, diciendo: — ¡Cállate y sal de él! Entonces el demonio salió de él derribándolo allí en medio de todos pero sin hacerle ningún daño.
Todos quedaron asombrados y hablaban entre sí diciendo: — ¿Qué palabra es esta, que con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen?
Y su fama se divulgaba por todos los lugares de la región.
Levantándose Jesús, se apartó de la sinagoga y entró en casa de Simón. Y la suegra de Simón estaba postrada con una fuerte fiebre, y le rogaron por ella.
Él se inclinó hacia ella y reprendió a la fiebre y la fiebre la dejó, y en seguida ella se levantó y comenzó a servirles.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas dolencias los trajeron a él. Y él, al poner las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba.
Y también de muchos salían demonios, dando gritos y diciendo: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero él los reprendía y no les dejaba hablar porque ellos sabían que él era el Cristo.
Siendo ya de día, salió y se fue a un lugar desierto y las multitudes lo buscaban. Acudieron a él y lo detenían para que no se apartara de ellos.