Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 5:1-26 verso por verso
Aconteció que, mientras las multitudes se agolpaban sobre él y escuchaban la palabra de Dios, Jesús estaba de pie junto al lago de Genesaret
y vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían salido de ellas y estaban lavando sus redes.
Al entrar él en una de las barcas, la cual pertenecía a Simón, pidió a este que la apartara de tierra un poco. Luego se sentó y enseñaba a las multitudes desde la barca.
Cuando acabó de hablarles, dijo a Simón: — Boga mar adentro, y echen sus redes para pescar.
Simón le respondió y dijo: — Maestro, toda la noche hemos trabajado duro y no hemos pescado nada. Pero por tu palabra echaré la red.
Cuando lo hicieron, atraparon una gran cantidad de peces y sus redes se rompían.
Hicieron señas a sus compañeros que estaban en la otra barca para que vinieran a ayudarles. Ellos vinieron y llenaron ambas barcas de manera que se hundían.
Y Simón Pedro, al verlo, cayó de rodillas ante Jesús exclamando: — ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador!
Por la pesca que habían logrado, el temor se apoderó de Pedro y de todos los que estaban con él,
y de igual manera de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Entonces Jesús dijo a Simón: — No temas; de aquí en adelante estarás pescando hombres.
Después de sacar las barcas a tierra, lo dejaron todo y lo siguieron.
Aconteció que, estando Jesús en una de las ciudades, he aquí había un hombre lleno de lepra. Él vio a Jesús y, postrándose sobre su rostro, le rogó diciendo: — Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Entonces extendió la mano y lo tocó diciendo: — Quiero. ¡Sé limpio! Al instante la lepra desapareció de él.
Y Jesús le mandó que no se lo dijera a nadie; más bien, le dijo: — Ve y muéstrate al sacerdote y da por tu purificación la ofrenda que mandó Moisés, para testimonio a ellos.
Sin embargo, su fama se extendía cada vez más y se juntaban a él muchas multitudes para oírlo y para ser sanadas de sus enfermedades.
Pero él se apartaba a los lugares desiertos y oraba.
Y aconteció en uno de esos días que Jesús estaba enseñando, y estaban sentados allí unos fariseos y maestros de la ley que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea y Jerusalén. El poder del Señor estaba con él para sanar.
Y he aquí, unos hombres traían sobre una camilla a un hombre que era paralítico, y procuraban llevarlo adentro y ponerlo delante de Jesús.
Al no encontrar cómo hacerlo a causa de la multitud, subieron encima de la casa y, juntamente con la camilla, lo bajaron por el tejado en medio, delante de Jesús.
Al ver la fe de ellos, Jesús le dijo: — Hombre, tus pecados te son perdonados.
Entonces los escribas y los fariseos comenzaron a razonar diciendo: — ¿Quién es este que habla blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?
Pero Jesús, dándose cuenta de los razonamientos de ellos, respondió y les dijo: — ¿Qué razonan en sus corazones?
¿Qué es más fácil? ¿Decir: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate y anda”?
Pero para que sepan que el Hijo del Hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados — dijo al paralítico — : A ti te digo: ¡Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa!
De inmediato se levantó en presencia de ellos, tomó la camilla en que estaba recostado y se fue a su casa glorificando a Dios.
El asombro se apoderó de todos, y glorificaban a Dios. Fueron llenos de temor y decían: — ¡Hoy hemos visto maravillas!