Explicación, estudio y comentario bíblico de Lucas 9:18-50 verso por verso
Aconteció que, mientras él estaba orando aparte, sus discípulos estaban con él, y les preguntó diciendo: — ¿Quién dice la gente que soy yo?
Respondiendo ellos, dijeron: — Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas ha resucitado.
Y les dijo: — Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Entonces Pedro, respondiendo, dijo: — El Cristo de Dios.
Pero él les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie.
Y les dijo: — Es necesario que el Hijo del Hombre padezca muchas cosas y que sea desechado por los ancianos, por los principales sacerdotes y por los escribas, y que sea muerto y que resucite al tercer día.
Decía entonces a todos: — Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.
Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí, la salvará.
Pues, ¿de qué le sirve al hombre si gana el mundo entero y se destruye o se pierde a sí mismo?
Pues el que se avergüence de mí y de mis palabras, de este se avergonzará el Hijo del Hombre cuando venga en su gloria y la del Padre y la de los santos ángeles.
Y les digo, en verdad, que hay algunos de los que están aquí presentes que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios.
Aconteció, como ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar.
Y mientras oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra y sus vestiduras se hicieron blancas y resplandecientes.
Y he aquí, dos hombres hablaban con él. Eran Moisés y Elías,
quienes aparecieron en gloria y hablaban de su partida que él iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y los otros con él estaban cargados de sueño; pero se mantuvieron vigilando y vieron su gloria y a dos hombres que estaban con él.
Aconteció que, mientras aquellos se apartaban de él, Pedro dijo a Jesús, sin saber lo que decía: — Maestro, nos es bueno estar aquí. Levantemos, pues, tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Mientras él estaba diciendo esto, vino una nube y les hizo sombra. Y ellos tuvieron temor cuando entraron en la nube.
Entonces de la nube salió una voz que decía: “Este es mi Hijo, el Escogido. A él oigan”.
Cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo. Y ellos callaron, y en aquellos días no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
Aconteció al día siguiente, cuando habían bajado del monte, que una gran multitud le salió al encuentro.
Y he aquí, un hombre de la multitud clamó diciendo: — Maestro, te ruego que veas a mi hijo, que es el único que tengo.
He aquí un espíritu lo toma, y de repente grita y lo convulsiona con espumarajos; lo hace pedazos y difícilmente se aparta de él.
Yo rogué a tus discípulos que lo echaran fuera pero no pudieron.
Respondiendo Jesús, dijo: — ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes y los soportaré? Trae a tu hijo acá.
Y mientras aún se acercaba, el demonio lo derribó y lo convulsionó. Pero Jesús reprendió al espíritu inmundo y sanó al muchacho, y se lo entregó a su padre.
Y todos se maravillaban de la grandeza de Dios.
— Pongan en sus oídos estas palabras, porque el Hijo del Hombre ha de ser entregado en manos de hombres.
Pero ellos no entendían este dicho, pues les estaba encubierto para que no lo percibieran. Y temían preguntarle acerca de este dicho.
Entonces hubo una discusión entre los discípulos: cuál de ellos sería el más importante.
Pero Jesús, percibiendo los razonamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso a su lado
y les dijo: — Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre me recibe a mí; y cualquiera que me reciba a mí recibe al que me envió. Porque el que es más pequeño entre todos ustedes, este es el más importante.
Entonces respondiendo Juan, dijo: — Maestro, vimos a cierto hombre echando fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos porque no sigue con nosotros.
Jesús le dijo: — No se lo prohíban. Porque el que no es contra ustedes, por ustedes es.