Explicación, estudio y comentario bíblico de Marco 14:30-73 verso por verso
Jesús le dijo: — De cierto te digo que hoy, en esta noche, antes que el gallo haya cantado dos veces, tú me negarás tres veces.
Pero él le decía con mayor insistencia: — Aunque me sea necesario morir contigo, jamás te negaré. También todos decían lo mismo.
Llegaron al lugar que se llama Getsemaní, y dijo a sus discípulos: — Siéntense aquí mientras yo oro.
Tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y comenzó a entristecerse y a angustiarse.
Y les dijo: — Mi alma está muy triste, hasta la muerte. Quédense aquí y velen.
Pasando un poco adelante, se postraba en tierra y oraba que de ser posible, pasase de él aquella hora.
Decía: — ¡Abba, Padre, todo es posible para ti! ¡Aparta de mí esta copa! Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.
Volvió y los halló durmiendo, y le dijo a Pedro: — Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una sola hora?
Velen y oren, para que no entren en tentación. El espíritu, a la verdad, está dispuesto pero la carne es débil.
De nuevo se apartó y oró diciendo las mismas palabras.
Cuando vino otra vez, los halló durmiendo porque los ojos de ellos estaban cargados de sueño. Y no sabían qué responderle.
Volvió por tercera vez y les dijo: — ¿Todavía están durmiendo y descansando? Basta ya. La hora ha venido. He aquí, el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores.
¡Levántense, vamos! He aquí, está cerca el que me entrega.
En seguida, mientras él aún hablaba, llegó Judas, uno de los doce, y con él una multitud con espadas y palos de parte de los principales sacerdotes, de los escribas y de los ancianos.
El que lo entregaba les había dado señal diciendo: “Al que yo bese, ese es. Préndanlo y llévenlo con seguridad”.
Cuando llegó, de inmediato se acercó a él y dijo: — ¡Rabí! Y le besó.
Entonces ellos le echaron mano y lo prendieron;
pero uno de los que estaban allí, sacando su espada, hirió al siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja.
Jesús respondió y les dijo: — ¿Como contra un asaltante han salido con espadas y palos para prenderme?
Cada día yo estaba delante de ustedes enseñando en el templo, y no me prendieron. Pero así es, para que se cumplan las Escrituras.
Entonces todos los suyos lo abandonaron y huyeron.
Pero cierto joven, habiendo cubierto su cuerpo desnudo con una sábana, lo seguía; y lo prendieron.
Pero él, dejando la sábana, huyó desnudo.
Llevaron a Jesús ante el sumo sacerdote; y se reunieron con él todos los principales sacerdotes, los ancianos y los escribas.
Y Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote, y estaba sentado con los guardias y se calentaba ante el fuego.
Los principales sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban testimonio contra Jesús para entregarlo a muerte, pero no lo hallaban.
Porque muchos daban falso testimonio contra Jesús, pero sus testimonios no concordaban.
Entonces se levantaron unos y dieron falso testimonio contra él diciendo:
— Nosotros le oímos decir: “Yo derribaré este templo que ha sido hecho con manos, y en tres días edificaré otro hecho sin manos”.
Pero ni aun así concordaba el testimonio de ellos.
Entonces el sumo sacerdote se levantó en medio y le preguntó a Jesús diciendo: — ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti?
Pero él callaba y no respondió nada. Otra vez el sumo sacerdote le preguntó y le dijo: — ¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?
Jesús le dijo: — Yo soy. Y además, verán al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo.
Entonces el sumo sacerdote rasgó su vestidura y dijo: — ¿Qué más necesidad tenemos de testigos?
Ustedes han oído la blasfemia. ¿Qué les parece? Y todos ellos lo condenaron como reo de muerte.
Algunos comenzaron a escupirle, a cubrirle la cara y a darle bofetadas diciendo: — ¡Profetiza! También los guardias lo recibieron a bofetadas.
Estando Pedro abajo en el patio, vino una de las criadas del sumo sacerdote.
Cuando vio a Pedro calentándose, se fijó en él y le dijo: — ¡Tú también estabas con Jesús de Nazaret!
Pero él negó diciendo: — No lo conozco, ni sé lo que dices. Y salió afuera a la entrada, y el gallo cantó.
Cuando la criada lo vio, comenzó otra vez a decir a los que estaban allí: — Este es uno de ellos.
Pero él negó otra vez. Poco después, los que estaban allí decían otra vez a Pedro: — Verdaderamente tú eres uno de ellos, porque eres galileo.
Pero él comenzó a maldecir y a jurar: — ¡No conozco a este hombre de quien hablan!
Y en seguida cantó el gallo por segunda vez; y Pedro se acordó de la palabra que Jesús le había dicho: “Antes que cante el gallo dos veces, me negarás tres veces”. Y pensando en esto, lloraba.