Explicación, estudio y comentario bíblico de Marco 7:14-41 verso por verso
Llamando a sí otra vez a toda la multitud, les decía: — ¡Óiganme todos y entiendan!
No hay nada fuera del hombre que, por entrar en él, lo pueda contaminar. Pero lo que sale del hombre es lo que contamina al hombre.
Cuando entró en casa, aparte de la multitud, sus discípulos le preguntaron acerca de la parábola.
Y les dijo: — ¿Así que también ustedes carecen de entendimiento? ¿No comprenden que nada de lo que entra en el hombre desde fuera lo puede contaminar?
Porque no entra en su corazón sino en su estómago, y sale a la letrina. Así declaró limpias todas las comidas.
Y decía: — Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre.
Porque desde adentro, del corazón del hombre, salen los malos pensamientos, las inmoralidades sexuales, los robos, los homicidios,
los adulterios, las avaricias, las maldades, el engaño, la sensualidad, la envidia, la blasfemia, la insolencia y la insensatez.
Todas estas maldades salen de adentro y contaminan al hombre.
Y levantándose, partió de allí para los territorios de Tiro y de Sidón. Y entró en una casa y no quería que nadie lo supiera pero no pudo esconderse.
Más bien, en seguida oyó de él una mujer cuya hija tenía un espíritu inmundo, y vino y cayó a sus pies.
La mujer era griega, de nacionalidad sirofenicia, y le rogaba que echara el demonio fuera de su hija.
Pero Jesús le dijo: — Deja primero que se sacien los hijos, porque no es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos.
Ella respondió y le dijo: — Sí, Señor; también los perritos debajo de la mesa comen de las migajas de los hijos.
Entonces él le dijo: — Por causa de lo que has dicho, ve; el demonio ha salido de tu hija.
Y cuando ella se fue a su casa, halló a su hija acostada en la cama y que el demonio había salido.
Al salir de nuevo de los territorios de Tiro, fue por Sidón al mar de Galilea, atravesando el territorio de Decápolis.
Entonces le trajeron un sordo y tartamudo, y le rogaron que le pusiera la mano encima.
Y tomándolo aparte de la multitud, metió los dedos en sus orejas, escupió y tocó su lengua.
Luego, mirando al cielo, suspiró y le dijo: — ¡Efata! (esto es: Sé abierto).
Y de inmediato fueron abiertos sus oídos y desatada la ligadura de su lengua, y hablaba bien.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más les mandaba, tanto más lo proclamaban.
Se maravillaban sin medida, diciendo: — ¡Todo lo ha hecho bien! Aun a los sordos hace oír, y a los mudos hablar.