Explicación, estudio y comentario bíblico de Marco 9:1-41 verso por verso
También les dijo: — De cierto les digo que hay algunos de los que están aquí presentes que no gustarán la muerte hasta que hayan visto que el reino de Dios ha venido con poder.
Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro, a Jacobo y a Juan, y les hizo subir aparte, a solas, a un monte alto, y fue transfigurado delante de ellos.
Sus vestiduras se hicieron resplandecientes, muy blancas, tanto que ningún lavandero en la tierra las puede dejar tan blancas.
Y les apareció Elías con Moisés, y estaban hablando con Jesús.
Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús: — Rabí, es bueno que nosotros estemos aquí. Levantemos, pues, tres enramadas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Pues él no sabía qué decir, porque tuvieron miedo.
Vino una nube haciéndoles sombra, y desde la nube una voz decía: “Este es mi Hijo amado; a él oigan”.
Y de inmediato, mirando alrededor, ya no vieron a nadie más con ellos sino solo a Jesús.
Mientras descendían ellos del monte, Jesús les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto sino cuando el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos.
Y ellos guardaron la palabra entre sí, discutiendo qué significaría aquello de resucitar de entre los muertos.
Le preguntaron diciendo: — ¿Por qué dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
Él les dijo: — A la verdad, Elías viene primero y restaura todas las cosas. Y, ¿cómo está escrito acerca del Hijo del Hombre, que padezca mucho y sea menospreciado?
Sin embargo, les digo que Elías ya ha venido; e hicieron con él todo lo que quisieron tal como está escrito de él.
Cuando llegaron a los discípulos, vieron una gran multitud alrededor de ellos, y a unos escribas que disputaban con ellos.
En seguida, cuando toda la gente vio a Jesús se sorprendió, y corriendo hacia él lo saludaron.
Y les preguntó: — ¿Qué disputan con ellos?
Le respondió uno de la multitud: — Maestro, traje a ti mi hijo porque tiene un espíritu mudo,
y dondequiera que se apodera de él, lo derriba. Echa espumarajos y cruje los dientes, y se va desgastando. Les dije a tus discípulos que lo echaran fuera pero no pudieron.
Y respondiendo les dijo: — ¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con ustedes? ¿Hasta cuándo los soportaré? ¡Tráiganmelo!
Se lo trajeron; y cuando el espíritu lo vio, de inmediato sacudió al muchacho, quien cayó en tierra y se revolcaba echando espumarajos.
Jesús le preguntó a su padre: — ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Él dijo: — Desde niño.
Muchas veces lo echa en el fuego o en el agua para matarlo; pero si puedes hacer algo, ¡ten misericordia de nosotros y ayúdanos!
Jesús le dijo: — “¿Si puedes…?”. ¡Al que cree todo le es posible!
Inmediatamente el padre del muchacho clamó diciendo: — ¡Creo! ¡Ayuda mi incredulidad!
Pero cuando Jesús vio que la multitud se agolpaba, reprendió al espíritu inmundo diciéndole: — Espíritu mudo y sordo, yo te mando, ¡sal de él y nunca más entres en él!
Entonces, clamando y desgarrándolo con violencia, el espíritu salió y el muchacho quedó como muerto, de modo que muchos decían: — ¡Está muerto!
Pero Jesús lo tomó de la mano y lo enderezó, y él se levantó.
Cuando él entró en casa, sus discípulos le preguntaron en privado: — ¿Por qué no pudimos nosotros echarlo fuera?
Él les dijo: — Este género con nada puede salir sino con oración.
Habiendo salido de allí, caminaban por Galilea. Él no quería que nadie lo supiera,
porque iba enseñando a sus discípulos, y les decía: “El Hijo del Hombre ha de ser entregado en manos de hombres, y lo matarán. Y una vez muerto, resucitará después de tres días”.
Pero ellos no entendían esta palabra y tenían miedo de preguntarle.
Llegó a Capernaúm. Y cuando estuvo en casa, Jesús les preguntó: — ¿Qué disputaban entre ustedes en el camino?
Pero ellos callaron, porque lo que habían disputado los unos con los otros en el camino era sobre quién era el más importante.
Entonces se sentó, llamó a los doce y les dijo: — Si alguno quiere ser el primero deberá ser el último de todos y el siervo de todos.
Y tomó a un niño y lo puso en medio de ellos; y tomándolo en sus brazos, les dijo:
— El que en mi nombre recibe a alguien como este niño, a mí me recibe; y el que a mí me recibe no me recibe a mí sino al que me envió.
Juan le dijo: — Maestro, vimos a alguien que echaba fuera demonios en tu nombre, y se lo prohibimos porque no nos seguía.
Pero Jesús dijo: — No se lo prohíban, porque nadie que haga milagros en mi nombre podrá después hablar mal de mí.
Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es.
Cualquiera que les dé un vaso de agua en mi nombre, porque son de Cristo, de cierto les digo que jamás perderá su recompensa.