Explicación, estudio y comentario bíblico de Mateo 27:26-51 verso por verso
Entonces les soltó a Barrabás y, después de haber azotado a Jesús, lo entregó para que fuera crucificado.
Entonces los soldados del procurador llevaron a Jesús al Pretorio y reunieron a toda la compañía alrededor de él.
Después de desnudarle, le echaron encima un manto de escarlata.
Habiendo entretejido una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha pusieron una caña. Se arrodillaron delante de él y se burlaron de él, diciendo: — ¡Viva, rey de los judíos!
Y escupiendo en él, tomaron la caña y le golpeaban la cabeza.
Cuando se hubieron burlado de él, le quitaron el manto, le pusieron sus propios vestidos y lo llevaron para crucificarle.
Mientras salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón. A este lo obligaron a cargar la cruz de Jesús.
Cuando llegaron al lugar que se llama Gólgota, que significa lugar de la Calavera,
le dieron a beber vino mezclado con ajenjo; pero cuando lo probó, no lo quiso beber.
Después de crucificarlo, repartieron sus vestidos, echando suertes.
Y sentados, le guardaban allí.
Pusieron sobre su cabeza su acusación escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS.
Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Los que pasaban lo insultaban, meneando sus cabezas
y diciendo: — Tú que derribas el templo y en tres días lo edificas, ¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y desciende de la cruz!
De igual manera, aun los principales sacerdotes junto con los escribas y los ancianos se burlaban de él, y decían:
— A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar. ¿Es rey de Israel? ¡Que descienda ahora de la cruz, y creeremos en él!
Ha confiado en Dios. Que lo libre ahora si lo quiere, porque dijo: “Soy Hijo de Dios”.
También los ladrones que estaban crucificados con él lo injuriaban de la misma manera.
Desde el medio día descendió oscuridad sobre toda la tierra hasta las tres de la tarde.
Como a las tres de la tarde Jesús exclamó a gran voz diciendo: — ¡Elí, Elí! ¿Lama sabactani?, (esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?).
Cuando algunos de los que estaban allí le oyeron, decían: — Este hombre llama a Elías.
Y de inmediato uno de ellos corrió, tomó una esponja, la llenó de vinagre y, poniéndola en una caña, le daba de beber.
Pero otros decían: — Deja, veamos si viene Elías a salvarlo.
Pero Jesús clamó otra vez a gran voz y entregó el espíritu.
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y las rocas se partieron.