Explicación, estudio y comentario bíblico de Mateo 8:2-40 verso por verso
Y he aquí vino un leproso y se postró ante él diciendo: — ¡Señor, si quieres, puedes limpiarme!
Jesús extendió la mano y lo tocó diciendo: — Quiero. ¡Sé limpio! Y al instante quedó limpio de la lepra.
Entonces Jesús le dijo: — Mira, no lo digas a nadie; pero ve, muéstrate al sacerdote y ofrece la ofrenda que mandó Moisés, para testimonio a ellos.
Cuando Jesús entró en Capernaúm, vino a él un centurión y le rogó
diciendo: — Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores.
Y le dijo: — Yo iré y lo sanaré.
Respondió el centurión y dijo: — Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Solamente di la palabra y mi criado será sanado.
Porque yo también soy un hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Si digo a este: “Ve”, él va; si digo al otro: “Ven”, él viene; y si digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace.
Cuando Jesús oyó esto, se maravilló y dijo a los que lo seguían: — De cierto les digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel.
Y les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos,
pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera. Allí habrá llanto y crujir de dientes.
Entonces Jesús le dijo al centurión: — Ve, y como creíste te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella hora.
Entró Jesús en la casa de Pedro, y vio que la suegra de este estaba postrada en cama con fiebre.
Él le tocó la mano, y la fiebre la dejó. Luego ella se levantó y comenzó a servirle.
Al atardecer, trajeron a él muchos endemoniados. Con su palabra echó fuera a los espíritus y sanó a todos los enfermos,
de modo que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías, quien dijo: Él mismo tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras enfermedades.
Cuando se vio rodeado de una multitud, Jesús mandó que pasaran a la otra orilla.
Entonces se le acercó un escriba y le dijo: — Maestro, te seguiré a dondequiera que vayas.
Jesús le dijo: — Las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza.
Otro de sus discípulos le dijo: — Señor, permíteme que primero vaya y entierre a mi padre.
Pero Jesús le dijo: — Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.
Él entró en la barca, y sus discípulos lo siguieron.
Y de repente se levantó una tempestad tan grande en el mar que las olas cubrían la barca, pero él dormía.
Y acercándose, lo despertaron diciendo: — ¡Señor, sálvanos, que perecemos!
Y él les dijo: — ¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe? Entonces se levantó y reprendió a los vientos y al mar, y se hizo grande bonanza.
Los hombres se maravillaron y decían: — ¿Qué clase de hombre es este, que hasta los vientos y el mar le obedecen?
Una vez llegado a la otra orilla, a la región de los gadarenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados que habían salido de los sepulcros. Eran violentos en extremo, tanto que nadie podía pasar por aquel camino.
Y he aquí, ellos lanzaron gritos diciendo: — ¿Qué tienes con nosotros, Hijo de Dios? ¿Has venido acá para atormentarnos antes de tiempo?
Lejos de ellos estaba paciendo un gran hato de cerdos,
y los demonios le rogaron diciendo: — Si nos echas fuera, envíanos a aquel hato de cerdos.
Él les dijo: — ¡Vayan! Ellos salieron y se fueron a los cerdos, y he aquí todo el hato de cerdos se lanzó al mar por un despeñadero y murieron en el agua.
Los que apacentaban los cerdos huyeron, se fueron a la ciudad y lo contaron todo, aun lo que había pasado a los endemoniados.
Y he aquí, toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, cuando lo vieron, le rogaban que se fuera de sus territorios.