Cuando Dios guiña los ojos
Mi madre fue hospitalizada. Apéndice supurado, infección generalizada, cirugía de urgencia, coma inducido, intubación. Estado grave. Cada día una nueva tensión; una expectativa; un dolor; una, dos, tres, muchas lágrimas; innumerables oraciones.
La imagen mejora. Llega la esperanza. "Vamos a sacarla del coma para intentar quitarle el tubo", dice el médico. Drogas suspendidas, tubo retirado, oraciones esperanzadoras de gratitud.
Voy a visitarla a la UCI. El médico informa que está sedada y que no escuchará nada. Obstinado, por amor, llego a la cabecera, mi madre inerte como una muñeca de trapo. Ojos cerrados, boca abierta e inconsciente. Pero es entonces cuando viene ese extraño picor llamado...
la fe.
La fe que me hace hablar a ese cuerpo inmóvil e inconsciente.
Acaricio su pelo y su cara. Digo palabras de amor. Le hago escuchar el audio de su nieta que le manda besos y de su hermano que vive en el extranjero.
No hay respuesta ni movimiento.
Le pongo la mano en la cabeza y le digo que oraré por ella. Oro. En cuanto termina la oración, la muñeca de trapo abre los ojos con gran esfuerzo y mira al cielo.
"Madre, ¿estás consciente? ¿Puedes oírme? Si entiendes lo que digo, parpadea una vez. Ella parpadea. Casi lloro. Me derramo en palabras de amor, perdón, conexión. Ella responde con parpadeos. Uno para el "sí". Dos para "no".
Digo todo lo que tengo que decir. Llega el final de la visita. Le digo: "Mamá, te amo. Si quieres darme un beso, parpadea una vez". Parpadea una vez. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Incontables. Ráfagas de guiños. La mirada amorosa de la madre paralizada me cubre de besos. Salgo del hospital con una fe renovada en la recuperación.
Ayer, llegaron las malas noticias. Mamá tiene un empeoramiento brutal. Hay que intubarla de nuevo. Insuficiencia renal. La presión está fuera de control. Infección hospitalaria. El médico pregunta si queremos mantenerla inconsciente hasta el desenlace o queremos luchar. Optamos por la lucha. Hemodiálisis. Traqueotomía, los últimos recursos. Estado muy grave.
No sé si volveré a hablar con mi madre en esta vida. Pero si no es así, llevaré para siempre en mi memoria el gesto bondadoso de Dios, que permitió que me cubriera de besos una madre que no necesitaba decir nada para decirlo todo.
Hermano mío, hermana mía, si ya no oyes la voz de Dios, déjame decirte, con toda la fe del mundo: créeme, te está guiñando los ojos.
Paz a todos los que están en Cristo,
Mauricio Zágari