Todo el mundo se ha encontrado con ellos en algún momento de su vida. Sus dientes son afilados, su pelaje se levanta, sus garras son amenazantes. Sí, asusta, y nos deja impotentes ante su temible musculatura. La mayor fuente de terror que provoca es el conocimiento de nuestra incapacidad para vencerlo con nuestras propias fuerzas. Por ello, nos abate, deprime, devasta y maltrata. Me refiero a una de las bestias más malignas que han pisado la faz de la tierra: lo imposible.
Lo imposible es lo que deseamos ardientemente o necesitamos desesperadamente pero que está fuera de nuestro alcance. Es el trabajo inalcanzable, la cura de la enfermedad intratable, la situación insostenible, el camino intransitable. Es el café que nunca beberemos, la fruta que no comeremos, el salto que no daremos, las alas que nunca desplegaremos. Lo imposible es sádico y se ríe de nuestro dolor. Por eso, día tras día nos restriega en la cara lo impotentes que somos ante ella.
Lo imposible es agresivo. Duele y no elige la ocasión. Siempre nos recuerda que está ahí, con una mirada sarcástica y un aullido agudo, impidiendo que nuestro sueño se haga realidad. Cuando damos un paso para escapar y ponernos fuera de su alcance, salta con energía y se interpone en el camino. Obstaculiza. Es un impedimento. Y se deleita con ello.
Trato de mutar lo imposible, de interferir en su ADN, de reconfigurar sus genes. Quiero que abra brechas y se vuelva más maleable. Hago lo que puedo para debilitarlo. A veces tengo la sensación de que lo estoy consiguiendo, pero de repente se ríe y me echa en cara que sigue siendo tan imposible como siempre. Peor: resurge con más fuerza, aportando nuevos hechos, imponiendo más obstáculos, llenando el camino de trampas, arrebatando cualquier posibilidad de victoria. Sí, lo imposible nos humilla constantemente con su mirada arrogante, lanzada desde lo más alto del podio.
Soy un hombre, limitado, defectuoso. No tengo forma de vencer lo imposible. Es terrible. Durante años me ha dado esperanzas, se ha hecho el remolón, se ha hecho el muerto. En su sadismo observa mi sonrisa de esperanza con los ojos semicerrados, haciéndose pasar por carroña, hasta que, justo cuando estoy a punto de soltar el grito de victoria, salta, riendo, y se queda con la boca abierta, riéndose de mí, exhalando su fétido aliento.
¿Te enfrentas a lo imposible? ¿Tal vez durante años, como yo? ¿Lo conoces bien y has sentido la fuerza de sus golpes? Entonces ya sabes cómo actúa este minotauro, que nos lanza al centro del laberinto nada más para que veamos Le gusta jugar como si fueramos sus títeres. ¡Maldito asesino de la esperanza! Se alimenta de nuestra angustia, decepción, tristeza y dolor. Y se hidrata con nuestras lágrimas.
Sí... no tengo la fuerza para enfrentarme a lo imposible solo. Durante años y años me lo ha restregado por la cara. También porque lo imposible tiene poderosos, fuertes y sagaces aliados, como el tiempo, la vida, las decisiones equivocadas, las actitudes irreflexivas, las soluciones que no resuelven, el acomodo y el conformismo bestial. No queda más remedio que seguir con la vida, un día difícil tras otro, un desánimo tras otro, respirando, comiendo y bebiendo, en una rutina atroz.
Sin embargo, es en medio de este fangoso océano de imposibilidades cuando llega un hombre con una sonrisa en la cara, una mirada pícara y un abrazo amistoso. Se sienta a nuestro lado, entabla conversación, nos seca las lágrimas y nos pasa el brazo por los hombros. Nos desahogamos. Sacamos el lodo de la angustia. Escucha, atento y silencioso, con una mirada de íntima compasión. Cuando llegamos a ese paroxismo de debilidad en el que ya no tenemos fuerzas para decir ni un "ay" más, saca de su bolsillo algo envuelto en humilde papel de regalo y nos lo entrega.
- Ábrelo. - dice - Es para ti.
Poco a poco, soltamos la soga, abrimos el paquete y vemos, ahí, ante nuestros ojos, el gran antídoto contra el veneno de lo imposible. El elemento que nos da la fuerza para seguir adelante. La comida que nos da energía para otro día. Lo imposible mira desde lejos y deja escapar un rugido de horror. Porque sabe que ese hombre de manos magulladas nos ha regalado nada menos que a su peor enemigo, verdugo y ejecutor.
La fe.
Paz a todos los que están en Cristo,
Mauricio Zágari