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Hijo mío, si los pecadores te quisieran persuadir, no lo consientas.
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Si te dicen: “Ven con nosotros; estemos al acecho para derramar sangre y embosquemos sin motivo a los inocentes;
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los tragaremos vivos como el Seol, enteros como los que descienden a la fosa;
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hallaremos riquezas de toda clase; llenaremos nuestras casas de ganancias;
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echa tu suerte con nosotros; tengamos todos una sola bolsa…”.
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Hijo mío, no andes en el camino de ellos; aparta tu pie de sus senderos,
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porque sus pies corren al mal y se apresuran a derramar sangre.
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Ciertamente en vano se tiende la red ante los ojos de toda ave.
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Pero ellos ponen acechanzas a su propia sangre; a sus propias vidas ponen trampa.
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Tales son las sendas de todo el que es dado a la codicia, la cual quita la vida a los que la poseen.
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La sabiduría llama en las calles; da su voz en las plazas.
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