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La sabiduría llama en las calles; da su voz en las plazas.
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Proclama sobre las murallas, en las entradas de las puertas de la ciudad pronuncia sus dichos:
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“¿Hasta cuándo, oh ingenuos, amarán la ingenuidad? ¿Hasta cuándo los burladores desearán el burlarse y los necios aborrecerán el conocimiento?
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¡Vuélvanse ante mi reprensión! ¡He aquí, yo les manifestaré mi espíritu y les haré saber mis palabras!
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“Pero, por cuanto llamé y se resistieron; extendí mis manos y no hubo quien escuchara
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(más bien, desecharon todo consejo mío y no quisieron mi reprensión),
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yo también me reiré en su calamidad. Me burlaré cuando les llegue lo que temen,
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cuando llegue como destrucción lo que temen, cuando su calamidad llegue como un torbellino y vengan sobre ustedes tribulación y angustia.
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“Entonces me llamarán y no responderé; me buscarán con diligencia y no me hallarán,
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por cuanto aborrecieron el conocimiento y no escogieron el temor del SEÑOR.
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No quisieron mi consejo y menospreciaron toda reprensión mía.
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Entonces comerán del fruto de su camino y se saciarán de sus propios consejos.
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Porque su descarrío matará a los ingenuos y su dejadez echará a perder a los necios.
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Pero el que me escuche habitará confiadamente y estará tranquilo, sin temor del mal”.