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Escucha, hijo mío, la disciplina de tu padre y no abandones la instrucción de tu madre;
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porque diadema de gracia serán a tu cabeza y collares a tu cuello.
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Hijo mío, si los pecadores te quisieran persuadir, no lo consientas.
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Si te dicen: “Ven con nosotros; estemos al acecho para derramar sangre y embosquemos sin motivo a los inocentes;
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los tragaremos vivos como el Seol, enteros como los que descienden a la fosa;
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hallaremos riquezas de toda clase; llenaremos nuestras casas de ganancias;
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echa tu suerte con nosotros; tengamos todos una sola bolsa…”.
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Hijo mío, no andes en el camino de ellos; aparta tu pie de sus senderos,
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porque sus pies corren al mal y se apresuran a derramar sangre.
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