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Hijo mío, si tu corazón es sabio también a mí se me alegrará el corazón.
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Mis entrañas se regocijarán, cuando tus labios hablen cosas rectas.
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No tenga tu corazón envidia de los pecadores. Más bien, en todo tiempo permanece tú en el temor del SEÑOR.
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Porque ciertamente hay un porvenir, y tu esperanza no será frustrada.
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Escucha tú, hijo mío, y sé sabio; endereza tu corazón en el camino.
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No estés con los bebedores de vino ni con los comilones de carne.
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Porque el bebedor y el comilón empobrecerán, y el dormitar hará vestir harapos.
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Escucha a tu padre que te engendró; y cuando tu madre envejezca no la menosprecies.
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Adquiere la verdad y no la vendas; adquiere sabiduría, disciplina e inteligencia.
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Mucho se alegrará el padre del justo; el que engendró un hijo sabio se gozará con él.
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Alégrense tu padre y tu madre y gócese la que te dio a luz.
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Dame, hijo mío, tu corazón, y observen tus ojos mis caminos.
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Porque fosa profunda es la prostituta; pozo angosto es la mujer extraña.
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También ella acecha como asaltante, y multiplica entre los hombres a los traicioneros.
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¿Para quién será el ay? ¿Para quién será el dolor? ¿Para quién serán las rencillas? ¿Para quién los quejidos? ¿Para quién las heridas gratuitas? ¿Para quién lo enrojecido de los ojos?
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Para los que se detienen mucho sobre el vino; para los que se lo pasan probando el vino mezclado.
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No mires el vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa, cuando entra suavemente.
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Al fin muerde como serpiente y envenena como víbora.
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Tus ojos mirarán cosas extrañas y tu corazón hablará perversidades.
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Serás como el que yace en medio del mar o como el que yace en la punta de un mástil.
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Dirás: “Me golpearon, pero no me dolió; me azotaron, pero no lo sentí. Cuando me despierte, lo volveré a buscar”.