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El que se entremete en pleito ajeno es como el que agarra de las orejas a un perro que pasa.
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Como el que enloquece y arroja dardos y flechas de muerte,
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así es el hombre que defrauda a su amigo y dice: “¿Acaso no estaba yo bromeando?”.
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Sin leña se apaga el fuego; y donde no hay chismoso cesa la contienda.
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El carbón es para las brasas, la leña para el fuego y el hombre rencilloso para provocar peleas.
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Las palabras del chismoso parecen suaves, pero penetran hasta lo recóndito del ser.
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Como escorias de plata arrojadas sobre un tiesto, son los labios enardecidos y el corazón vil.
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