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¡Oh, hijo mío! ¡Oh, hijo de mi vientre! ¡Oh, hijo de mis votos!
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No des a las mujeres tu fuerza ni tus caminos a las que destruyen a los reyes.
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No es cosa de reyes, oh Lemuel, no es cosa de reyes beber vino ni de los magistrados el licor.
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No sea que bebiendo olviden lo que se ha decretado y perviertan el derecho de todos los afligidos.
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Den licor al que va a perecer, y vino a los de ánimo amargado.
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Beban y olvídense de su necesidad, y no se acuerden más de su miseria.
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Abre tu boca por el mudo en el juicio de todos los desafortunados.
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Abre tu boca, juzga con justicia y defiende al pobre y al necesitado.
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[1]Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? Porque su valor sobrepasa a las perlas.
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Confía en ella el corazón de su marido, y no carecerá de ganancias.
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Le recompensará con bien y no con mal todos los días de su vida.
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Busca lana y lino y con gusto teje con sus manos.
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Es como un barco mercante que trae su pan de lejos.
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Se levanta siendo aún de noche, y da de comer a su familia y su diaria ración a sus criadas.
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Evalúa un campo y lo compra, y con sus propias manos planta una viña.
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Ciñe su cintura con firmeza y esfuerza sus brazos.
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Comprueba que le va bien en el negocio, y no se apaga su lámpara en la noche.
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Su mano aplica a la rueca, y sus dedos toman el huso.
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Sus manos extiende al pobre y tiende sus manos al necesitado.