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Los labios de la mujer extraña gotean miel y su paladar es más suave que el aceite;
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pero su fin es amargo como el ajenjo, agudo como una espada de dos filos.
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Sus pies descienden a la muerte; sus pasos se precipitan al Seol.
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No considera el camino de la vida; sus sendas son inestables y ella no se da cuenta.
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Ahora pues, hijos, óiganme y no se aparten de los dichos de mi boca.
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Aleja de ella tu camino y no te acerques a la puerta de su casa,
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