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Aleja de ella tu camino y no te acerques a la puerta de su casa,
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no sea que des a otros tu honor y tus años a alguien que es cruel;
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no sea que los extraños se sacien con tus fuerzas, y los frutos de tu trabajo vayan a dar a la casa de un desconocido.
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Entonces gemirás al final de tu vida, cuando tu cuerpo y tu carne se hayan consumido.
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Y dirás: “¡Cómo aborrecí la disciplina y mi corazón menospreció la reprensión!
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No escuché la voz de mis maestros, y a los que me enseñaban no incliné mi oído.
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Casi en todo mal he estado, en medio de la sociedad y de la congregación”.
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