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Hijo mío, guarda mis palabras y atesora mis mandamientos dentro de ti.
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Guarda mis mandamientos y vivirás; guarda mi enseñanza como a la niña de tus ojos.
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Átalos a tus dedos; escríbelos en la tabla de tu corazón.
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Di a la sabiduría: “Tú eres mi hermana”, y a la inteligencia llama: “Mi pariente”.
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Te guardará de la mujer ajena, de la extraña que halaga con sus palabras.
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Mirando yo por la ventana de mi casa, por entre mi celosía,
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vi entre los ingenuos y observé entre los jóvenes a uno falto de entendimiento.
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Él pasaba por la plaza, cerca de la esquina, y caminaba en dirección a la casa de ella.
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Era al anochecer; ya oscurecía. Sucedió en medio de la noche y en la oscuridad.
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Y he aquí que una mujer le salió al encuentro con vestido de prostituta y astuta de corazón.
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Ella es alborotadora y obstinada; sus pies no pueden estar en casa.
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Unas veces está afuera; otras veces por las plazas, acechando por todas las esquinas.
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Se prendió de él, lo besó y descaradamente le dijo:
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“Sacrificios de paz había prometido, y hoy he pagado mis votos.
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Por eso he salido a tu encuentro, a buscarte, y te he encontrado.
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He preparado mi cama con colchas; la he tendido con lino de Egipto.
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He perfumado mi cama con mirra, áloe y canela.
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Ven, saciémonos de caricias hasta la mañana; deleitémonos en amores.
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Porque mi marido no está en casa; partió para un largo viaje.
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Llevó consigo una bolsa de dinero; el día de la luna llena volverá a su casa”.