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“Ahora pues, hijos, óiganme: Bienaventurados los que guardan mis caminos.
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Escuchen la corrección y sean sabios; no la menosprecien.
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Bienaventurado el hombre que me escucha velando ante mis entradas cada día, guardando los postes de mis puertas.
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Porque el que me halla, halla la vida y obtiene el favor del SEÑOR.
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Pero el que me pierde se hace daño a sí mismo; todos los que me aborrecen aman la muerte”.
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