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[1] Oh SEÑOR, ¿por qué te mantienes lejos y te escondes en los tiempos de angustia?
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Con arrogancia el impío persigue al pobre. ¡Sean atrapados en los artificios que han maquinado!
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Porque el impío se gloría del apetito de su alma, y el codicioso maldice y desprecia al SEÑOR.
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El impío, por la altivez de su rostro, no le busca; no está Dios en ninguno de sus pensamientos.
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En todo tiempo son torcidos sus caminos; tus juicios están muy por encima de su vista, y a todos sus adversarios desprecia.
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Dice en su corazón: “No seré movido; de generación en generación nunca estaré en infortunio”.
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Su boca está llena de maldición, engaño y fraude; debajo de su lengua hay vejación e iniquidad.
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Pone emboscadas a las aldeas; en los escondrijos mata a los inocentes; sus ojos vigilan a los desdichados.
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Acecha desde un escondite, como el león desde la espesura. Acecha para arrebatar al pobre; arrebata al pobre atrayéndolo a su red.
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Se agacha, lo aplasta; y en sus fuertes garras caen los desdichados.
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Dice en su corazón: “Dios se ha olvidado. Ha ocultado su rostro; nunca lo verá”.
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¡Levántate, oh SEÑOR Dios; alza tu mano! No te olvides de los pobres.
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¿Por qué desprecia el impío a Dios? En su corazón piensa que tú no lo llamarás a cuenta.
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Ciertamente tú ves la vejación y la provocación; las miras para dar la recompensa. A tus manos se acoge el desdichado; tú eres el amparo del huérfano.
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Quebranta el brazo del impío y del malo; castígalos por su perversidad hasta que desistan de ella.
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¡El SEÑOR es Rey para siempre! De su tierra desaparecerán las naciones.
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El deseo de los humildes escuchas, oh SEÑOR; tú dispones su corazón y tienes atento tu oído
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para juzgar al huérfano y al oprimido, a fin de que el hombre de la tierra no vuelva más a hacer violencia.