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¡Levántate, oh SEÑOR Dios; alza tu mano! No te olvides de los pobres.
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¿Por qué desprecia el impío a Dios? En su corazón piensa que tú no lo llamarás a cuenta.
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Ciertamente tú ves la vejación y la provocación; las miras para dar la recompensa. A tus manos se acoge el desdichado; tú eres el amparo del huérfano.
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Quebranta el brazo del impío y del malo; castígalos por su perversidad hasta que desistan de ella.
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¡El SEÑOR es Rey para siempre! De su tierra desaparecerán las naciones.
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El deseo de los humildes escuchas, oh SEÑOR; tú dispones su corazón y tienes atento tu oído
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para juzgar al huérfano y al oprimido, a fin de que el hombre de la tierra no vuelva más a hacer violencia.
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