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¡Aleluya! ¡Alaben al SEÑOR, porque es bueno; porque para siempre es su misericordia!
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¿Quién declarará las proezas del SEÑOR? ¿Quién hará oír todas sus alabanzas?
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Bienaventurados los que guardan el derecho, los que en todo tiempo hacen justicia.
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Acuérdate de mí, oh SEÑOR, según tu benevolencia para con tu pueblo. Visítame con tu salvación
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para que vea el bien de tus escogidos, para que me alegre con la alegría de tu pueblo, para que me gloríe con tu heredad.
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Hemos pecado como nuestros padres; hemos hecho iniquidad; hemos actuado impíamente.
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Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de tus innumerables hechos de misericordia sino que se rebelaron junto al mar, el mar Rojo.
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Sin embargo, los libró por amor de su nombre para dar a conocer su poder.
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Reprendió al mar Rojo y lo secó; los hizo ir por los abismos como por un desierto.
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Los libró del enemigo; los rescató de mano del adversario.
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Las aguas cubrieron a sus enemigos; no quedó uno solo de ellos.
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Entonces creyeron en sus palabras y cantaron su alabanza.
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Pero pronto se olvidaron de sus obras y no esperaron su consejo.
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Ardieron de apetito en el desierto y probaron a Dios en la soledad.
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Él les dio lo que pidieron pero envió a sus almas debilidad.
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Después tuvieron celos de Moisés en el campamento, y de Aarón, el consagrado del SEÑOR.
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La tierra se abrió y tragó a Datán, y cubrió al grupo de Abiram.
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El fuego se encendió contra su grupo; la llama devoró a los impíos.
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En Horeb hicieron un becerro y se postraron ante una imagen de fundición.