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Tampoco destruyeron a los pueblos, como el SEÑOR les había dicho.
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Más bien, se mezclaron con gentiles y aprendieron sus obras.
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Sirvieron a sus ídolos, los cuales llegaron a ser una trampa.
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Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios;
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derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas que sacrificaron a los ídolos de Canaán. La tierra fue profanada con los hechos de sangre.
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Así se contaminaron con sus obras y se prostituyeron con sus hechos.
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Por tanto, la ira del SEÑOR se encendió contra su pueblo, y abominó su heredad.
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Los entregó en poder de las naciones, y los que los aborrecían se enseñorearon de ellos.
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Sus enemigos los oprimieron, y fueron quebrantados debajo de su mano.
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Muchas veces los libró, pero ellos se rebelaron contra su consejo y fueron humillados a causa de su iniquidad.
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