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Yo te invoco, porque tú oirás, oh Dios. Inclina a mí tu oído; escucha mi palabra.
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Muestra tus maravillosos actos de misericordia, tú que, a los que confían, libras con tu diestra de los que se levantan contra ti.
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Guárdame como a la niña de tu ojo; escóndeme bajo la sombra de tus alas
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de la vista de los impíos que me oprimen, y de mis enemigos mortales que me rodean.
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Ellos están protegidos con su propio sebo; con su boca hablan con soberbia.
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Han rodeado nuestros pasos; sobre nosotros ponen sus ojos para echarnos por tierra.
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Se parecen al león que anhela la presa, o al cachorro de león que se agacha en secreto.
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¡Levántate, oh SEÑOR! ¡Hazle frente! ¡Somételo! Con tu espada libra mi alma de los impíos.
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Oh SEÑOR, líbrame con tu mano de los hombres, de los hombres de este mundo cuya parte está en esta vida; cuyos vientres llenas con tus tesoros, cuyos hijos se sacian y aun dejan para sus pequeños.
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En cuanto a mí, en justicia veré tu rostro; quedaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.
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