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El SEÑOR tronó en los cielos; el Altísimo dio su voz: granizo y carbones de fuego.
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Envió sus flechas y los dispersó; arrojó relámpagos y los desconcertó.
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A tu reprensión, oh SEÑOR, por el soplo del aliento de tu nariz se hicieron visibles los lechos de las aguas, y se descubrieron los cimientos del mundo.
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Envió desde lo alto y me tomó; me sacó de las aguas caudalosas.
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Me libró de mi poderoso enemigo y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo.
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Se enfrentaron a mí el día de mi desgracia pero el SEÑOR fue mi apoyo.
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