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Invocaré al SEÑOR, quien es digno de ser alabado, y seré librado de mis enemigos.
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Me rodearon los dolores de la muerte, y los torrentes de la perversidad me atemorizaron.
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Me rodearon las ligaduras del Seol; me confrontaron los lazos de la muerte.
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En mi angustia invoqué al SEÑOR y clamé a mi Dios. Él oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos.
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La tierra se estremeció y tembló; se conmovieron los cimientos de las montañas. Se estremecieron porque él se airó.
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Humo subió de su nariz; de su boca salió fuego consumidor, y carbones encendidos saltaban de él.
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Inclinó los cielos y descendió; una densa oscuridad había debajo de sus pies.
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Cabalgó sobre un querubín y voló; se remontó sobre las alas del viento.
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Puso tinieblas alrededor de sí como su morada secreta; su cubierta es oscuridad de aguas y densas nubes.
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Por el resplandor de su presencia fueron atravesadas las nubes por el granizo y los carbones de fuego.
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El SEÑOR tronó en los cielos; el Altísimo dio su voz: granizo y carbones de fuego.
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Envió sus flechas y los dispersó; arrojó relámpagos y los desconcertó.
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A tu reprensión, oh SEÑOR, por el soplo del aliento de tu nariz se hicieron visibles los lechos de las aguas, y se descubrieron los cimientos del mundo.
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Envió desde lo alto y me tomó; me sacó de las aguas caudalosas.
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Me libró de mi poderoso enemigo y de los que me aborrecían, pues eran más fuertes que yo.
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Se enfrentaron a mí el día de mi desgracia pero el SEÑOR fue mi apoyo.
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Él me sacó a un lugar espacioso; me libró porque se agradó de mí.