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Los golpeé, y no pudieron levantarse; cayeron debajo de mis pies.
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Me ceñiste de poder para la batalla; doblegaste a mis enemigos debajo de mí.
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Hiciste que mis enemigos me dieran las espaldas, y destruí a los que me aborrecían.
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Clamaron pero no hubo quien los salvara. Clamaron al SEÑOR pero él no les respondió.
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Los desmenucé como polvo ante el viento; los deshice como lodo de la calle.
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Tú me libraste de las contiendas del pueblo y me pusiste como jefe de las naciones. Aun los pueblos que yo no conocía me sirvieron.
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Apenas oían de mí, me rendían obediencia. Los hijos de los extranjeros me adulaban.
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Los hijos de los extranjeros se desvanecían y salían temblando de sus escondrijos.
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