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Los que confían en sus posesiones y se jactan de la abundancia de sus riquezas,
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ninguno de ellos puede redimir a su hermano ni pagar a Dios por su rescate.
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La redención de su vida es muy costosa; se ha de abandonar para siempre el intento
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de vivir eternamente y jamás ver corrupción.
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Cuando él los mira, los sabios mueren; contempla al necio y al torpe, y ellos perecen y dejan a otros sus riquezas.
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De los que llaman sus tierras con sus nombres, sus tumbas son sus casas para siempre, y sus moradas de generación en generación.
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