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“Escucha, oh pueblo mío, y hablaré; testificaré contra ti, oh Israel. Yo soy Dios, el Dios tuyo.
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No te reprocharé con respecto a tus sacrificios ni a tus holocaustos, que siempre están delante de mí.
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No tomaré toros de tu casa ni machos cabríos de tus rediles
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porque míos son todos los animales del bosque, los millares del ganado en mis montes.
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Conozco todas las aves de las alturas, y las criaturas del campo son mías.
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Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti porque mío es el mundo y su plenitud.
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¿He de comer la carne de los toros? ¿He de beber la sangre de los machos cabríos?
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¡Ofrece a Dios sacrificio de acción de gracias! ¡Paga tus votos al Altísimo!
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Invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me glorificarás”.
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Pero al impío Dios le dijo: “¿Por qué tienes tú que recitar mis leyes y mencionar mi pacto con tu boca?
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Tú detestas la instrucción y echas a tus espaldas mis palabras.
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Si ves a un ladrón, te complaces con él, y tu parte está con los adúlteros.
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Con maldad das rienda suelta a tu boca, y tu lengua urde engaño.